lunes, 16 de noviembre de 2015

VIDA Y ANDANZAS DE JESUS MARIA NEGRIN

La historia menuda de Caracas,  ese  día a día que vemos reflejado en los nombres de sus calles,  esquinas  avenidas,  se va  haciendo de origen desconocido para la mayoría de sus  transeúntes, ignorando la vida, obra, anécdota  de personajes caraqueños o foráneos que hicieron de ese especifico lugar, un rincón inolvidable de la ciudad. 

Hoy hablaremos de Jesús María Negrín, tal como lo describió en un reportaje la Revista Elite en 1934, época de su deceso.

Quinta  de Jesús María Negrín en Sabana Grande 

   
“La muerte de Jesús María Negrín, personaje que desde hacía muchos años ocupaba un lugar prominente en la mitología popular venezolana, tuvo una resonancia tal entre la legión de sus admiradores que resolvimos contemplar de cerca su vida y su obra para narrarla desde  las páginas de ELITE.
Jesús María Negrín – tuvimos ocasión de conocerle fugazmente- era un tipo rústico, de hablar lento y ademanes cautelosos. Sus ojos siempre ocultos tras los párpados, escrutaban largamente al interlocutor, en tanto le dirigía preguntas imprevistas con voz premiosa y apagada su rostro exangüe se iluminaba tenuemente mientras contemplaba al trasluz, el frasco de cristal que todos los pacientes estaban obligados a entregarle para su misterioso diagnostico. Siempre con el sombrero calado y un bigote ralo y lacio cayéndole sobre los delgados labios, Jesús María Negrín producía una    impresión singular: suerte de incredulidad y de fé, a un tiempo.
-Usted siente puntadas en el vientre. Usted tiene fiebre de noche. Usted duerme mal, con pesadillas. Usted... Y Negrín con gestos sonámbulos, iba diciendo entre dientes todos aquellos síntomas que la "lectura" del frasco de cristal le sugería. Envuelto en la penumbra de su recetario, todo circundado de estanterías conteniendo multitud de envases de vidrio con muestras de parásitos expulsados por sus clientes. Negrín se alejaba luego hacia la trastienda y regresaba con una pequeña botella verdosa entre sus manos.

- Tómese tres cucharaditas de esta medicina todos los días-
Jesús María Negrín fué todo un tipo popular y por ello le consagramos estas páginas para lanzar una ojeada sobre su singular humanidad.

Su hijo, Helidoro Negrín, tuvo la gentileza de suministrarnos cuantos datos le fué posible para facilitar nuestro trabajo. Pero, con todo, Jesús María Negrín era un hombre hermético, tan dueño de su pasado, que no obstante la amable colaboración de su hijo. no pudimos obtener un vago esbozo de sus años juveniles y de su iniciación en el arte de curar. 

Parece que Jesús María Negrín, hacia la veintena, vióse arrastrado por las revueltas internas  tomando  parte en diferentes hechos de armas. Incorporado a las filas recorrió gran parte del País, hasta que su buena estrella hizo que una bala le dejase tendido un día cualquiera en un encuentro. Tal hecho acontecióle en una región andina y fué recogido por unos indígenas, quienes le llevaron consigo y lo pusieron en manos del "piache" (brujo o curandero) de su tribu. En compañía de ese "piache" permaneció Negrín por espacio de seis años, adueñándose de todos los secretos del cobrizo empírico. 

Desde niño, experimentó Negrín una insaciable curiosidad por nuestra flora, cuyos vegetales secretos presentía. De allí que la dilatada experiencia del "piache" pusiese en marcha todos sus confusos anhelos y le permitiera llevar a la práctica todo cuanto su instinto vagamente le insinuaba. 
El "Piache", para realizar sus curaciones, exigía le fuese suministrado un objeto cualquiera del paciente o una hebra de su pelo. Luego de concentrarse profundamente dictaba su diagnóstico, el cual era seguido textualmente por la multitud de indígenas que tenían grande fe en sabiduría. 
Jesús María Negrín, hombre sagaz, aprovechó sólo aquellos  conocimientos del "piache".

Con tan extraordinario bagaje, dióse Negrín a experimentar por sí mismo, años más tarde, alcanzando continuos éxitos. Parece que nuestro personaje poseía una intuición nada corriente, que le guiaba en sus tenaces experimentos. Conociendo de modo empírico la virtud curativa de infinidad de plantas tropicales, cuya nomenclatura técnica quizás desconocía. Negrín con toda buena fé, puso sus conocimientos al servicio de sus brebajes estaban confeccionados con zumos de plantas nuestras, muchas de las cuales aún permanecen inclasificadas y cuya variedad es  verdaderamente asombrosa. Como uno de los factores esenciales de toda curación es la fé del paciente en la medicina que se le administra o en la persona que la índica, pues tal disposición de ánimo crea una especie de autogestión favorable a la reacción del organismo, resultaba de ello que muchos- la mayoría- de los pacientes de Negrín, sugestionados por su misteriosa simplicidad, que le hacía aparecer como un ente telúrico, dueño de insospechados recursos, mejoraban a ojos vistas de sus quebrantos, con lo cual creía interminablemente en la fama del empírico.

Si tomamos en cuenta, además, que un considerable porcentaje de las enfermedades corrientes entre nosotros, son de origen parasitario, se explica fácilmente que los preparados de Negrín produjesen un alivio inmediato en la generalidad de los casos, pues muchos de esos zumos vegetales que él administraba encerraban propiedades vermífugas. 

-Mi padre- nos dice Heliodoro Negrín-estuvo mucho tiempo sin dedicarse a recetar, pues mi abuela se lo había prohibido. Una vez muerta ella, decidióse a poner en práctica sus conocimientos. Vivíamos en aquel entonces en "La Cañada" y su primer cliente fué un compadre de Los Dos Caminos. 
Estamos conversando con el hijo de Jesús María Negrín en el recetario que éste había instalado en la parte posterior de la quinta que últimamente habitara, situada en Sabana Grande. Es una finca rodeada de gran parque, cuyo esplendor vegetal sin duda era grato a aquel que parecía conocer todas las virtudes ocultas de las plantas. 

-Si, todos esos frascos contienen muestras de los parásitos que los clientes curados por papá le regalaban en prueba de gratitud. Aquí no están sino unos pocos, pues los demás los guardaba en otros cuartos.

El recetario de Negrín está separado de una especie de sala de espera, mediante una barandilla de madera. Innumerables tenías y parásitos de aspecto extraño flotan en el alcohol de los envases. El saloncillo tiene cierta atmósfera peculiar con su penumbra, las frugales estanterías y la presencia de un anciano de aspecto campesino que escucha atentamente nuestro diálogo. 

¿...?

-Se llama Henrique Rodríguez y conoce también muchas plantas. El acompañaba siempre a papá  por los campos en busca de yerbas. 

¿...?
Henrique Rodríguez, compadre y ayudante de
Jesús María Negrín 

-Conozco casi todos los preparados que recetaba porque desde niño me he ocupado de eso.
No poseo sus mismas facultades, pero tengo una gran práctica y puedo curar a algunos.
En esos precisos momentos penetró en el recetario un campesino. Uno de esos típicos hombres del campo venezolano: sombrero de pelo de guama, alpargatas, franela y chaparro en mano. Venía en busca de su medicina.

¿...?

-Hubo épocas en que recetaba como a cien personas por día. De todos los pueblos y haciendas venían a consultarlo. Y de Caracas, no se diga....

Heliodoro Negrín habla de su padre con voz ferviente. Es innegable que el extinto poseía la facultad de inspirar una extraordinaria confianza a todos cuantos le rodeaban. Contemplado a primera vista resultaba un tipo insignificante, pero como generalmente sus interlocutores eran gentes rústicas o pacientes desesperados, resultaba que Negrín con sus vagas frases y sus ademanes sonámbulos, amén del singular carácter de su diagnostico de "lectura" de las aguas, despertaba en sus clientes una creciente esperanza en su curación. Su presencia removía en lo íntimo de los enfermos todo el sedimento supersticioso y esa confusa fe en lo sobrenatural que siempre está presente. 
Jesús María Negrín tenía una profunda confianza en sí mismo. Se sentía dueño de una especie de sexto sentido que le permitía intuir y descubrir síntomas ocultos. Bastaba verle examinando un frasco para darse cuenta de que Negrín experimentaba algo así como un arrebato, casi diríamos que caía en "trance".
Por su recetario desfilaron los pacientes más diversos, muchos de ellos aquejados de enfermedades que estaban fuera de alcance curativo de los zumos vegetales de Negrín. No obstante eso, el iluminado curandero examinaba largamente las aguas y pronunciaba su diagnostico con el mismo tono distante y como abstraído. 

Pocos tipos venezolanos han sido tan extraordinarios y pintorescos como Jesús María Negrín. Por ello lo hemos calificado de ente telúrico: hombre poseído por una fuerza de la naturaleza que fermentaba en su interior. 

Si su espontanea y poderosa vocación botánica hubiese sido desarrollada mediante estudios científicos, quizás Jesús María Negrín hubiese desempeñado algo más que un papel pintoresco. Quizás hubiese desentrañado más de un interesante problema medicinal con la investigación de nuestra inagotable flora. 
Ahora Jesús María Negrín ha desaparecido u en torno a su persona flota esa atmósfera desconcertante que envuelve siempre a sujetos que dedicaron su vida a dialogar con lo desconocido. 
-¿...?
Este es un hermano mío, se llama Domingo Negrín y va a estudiar medicina. Mi padre siempre tuvo el deseo de que uno de sus hijos siguiera estudios médicos. 
En este deseo de Negrín se advierte el oculto anhelo de disciplinar la mente para hacer luz en el caos que él arrastrara consigo toda su vida. Posiblemente Negrín se angustiaba ante su empirismo y se dolía de poseer facultades comunes que no pudo nunca educar. 


Los hijos de Negrín nos acompañan a través del amplio parque hasta la verja de entrada. Bajo los árboles corpulentos que nos sigue la senil figura de Henrique Rodríguez, su compadre. Hombre éste rústico como el difunto, igualmente consustanciado con la naturaleza. Diríase un árbol más en el umbroso parque. Nos despedimos y tras la polvareda que arremolina en el aire nuestro automóvil se van desdibujando las siluetas de los hijos de Jesús María Negrín, el hombre extraño que tantos y tan diversos comentarios, diatribas y discusiones suscitó con su pintoresco arte de curar." 

Un aspecto de la multitud que acompañará los despojos mortales de
Jesús María Negrín. 

Antonio CAMINOS.
Elite 1943. 

martes, 10 de noviembre de 2015

El Crimen de la Roca Tarpeya


El presente artículo lo transcribí -como siempre- en aras del rescate de la memoria de nuestra ciudad, partiendo de la premisa de que no podemos amar lo que no conocemos, y, mucho menos identificarnos con ello. Pero muy especialmente como un aporte dedicado a la Lic. Celeste Olalquiaga, quién dirige la Asociación Civil sin fines de lucro  "PROYECTO HELICOIDE" creada con el fin de rescatar el más grande ícono de la modernidad, ubicado en la Roca Tarpeya.
http://www.proyectohelicoide.com/



A Democrático Letargo
Corroe El Helicoide


“El Helicoide de la Roca Tarpeya ha creado mayor interés en el extranjero que entre aquellos que deben redimirlo de la ruina y de la muerte en esta Venezuela  pródiga y anchabusada. Seis mil recortes de prensa extranjera, incluyendo revista de arquitectura, ingeniería, urbanismo, vialidad y otras específicamente tecnológicas del en el mundo dinámico y creador de la construcción, dan testimonio fehaciente del interés que este coloso ha despertado por sus proyecciones autóctonas.

Asciéndase  la rampa helicoidal. A prima facie: desolación. Luego todo el redor evidencia  lo inconcluso. Hercúleas labores y afanes interrumpidos. Equipos en desusos con trazas de deterioro por corrosión. Segmentos de acero estructural desnudos de hormigón. Montones residuales de encofrado y bloques fragmentados. Y al fondo de todo: el rancho pulula en los vecinos  cerros y hasta  en los bordes de precipicios pone  el tema ominoso y perenne de su ubicuidad.


De todo lo alto, la vista recorre el grandioso panorama en tres dimensiones, clavadas a la cuarta e invisible dimensión del tiempo-espacio: la metropolitana urbe caraqueña que ora surge en secciones, ora escóndese [sic] tras accidentada topografía para surgir de nuevo en la distancia. Ayer no más, era pueblo grande con esquinas tradicionales  y centenarias que todos conocíamos: Peligro, Pele el ojo, Muerto. Hoy, la explosiva expansión nos deja boquiabiertos.  Y ni siquiera sabemos donde ubícanse vías públicas con nombres excelsos: Ayacucho, Junín, Pichincha, Carabobo. 


¡Ensimismados en la Roca Tarpeya! Serafín Herrera nos vuelve a la realidad. Es empleado del “Consorcio”, empresa del Helicoide: ATECSA, INACA, QUIVENSA, AINQUI. ¡No, no. No es  sáncrito!  [sic] Son las siglas  de esas firmas constructoras  que realizaron, entre otras cosas,  el Canal 8 en Los Ruíces, y urbanizaciones como Montalbán y La Vega. En la carne, duélenle  a Serafín las depredaciones “del hampa” en el coloso helicoidal: madrea, bloques, herrajes, materiales suficientes para levantar mil ranchos. Saqueo inaudito. Proterva destrucción que ni el hambre justifica. Una carencia total de vigilancia. Hace un par de años,  el Banco Obrero tuvo allí “guachimanes”, aunque solo meses. A veces, la policía los captura in fraganti. Serafín ha denunciado numerosos robos, el último de 1.250 metros de cables de alta tensión. 



Los ojos ven la magnitud ciclópea de esta obra y la mente bulle, un tanto pesarosa. Esto aún pudiera ser maravilla venezolana. ¡Blasón de Caracas! Como la Torre Eiffel,  el Arco del Triunfo,  Big Ben, La Libertad, que levanta su antorcha junto a la puerta de oro. Blasones, más elocuentes y de mayor impacto en la imaginación que los nombres propios, de las urbes que evocan. Y si no es Blasón de Caracas  el Helicoide, culpa es de la paradoja del eximio profeta, ignorado en su tierra. Y también porque la desidia es madre de las miserias. Nuestra miseria es grande y conmensurable con la inercia y la imposibilidad que saturan el ambiente anchabusista.

¡Helicoide de la Roca Tarpeya! Espiral de acero y concreto; prendida a los contornos topográficos, trepa como la hiedra que enreda el tronco del caobo gigante. Roca Tarpeya romana. Monte Capitolino. En lo cimero. El Templo de Júpiter, un Dios pagano, de utilidad: cero. Roca Tarpeya Caraqueña: Cerro donde el genio arquitectónico del hombre adaptó la estructura de la forma física  como si tomara en sus manos acero y concreto a la manera del “modiste” que, con los dedos va calentando en la seda los contornos anatómicos de la hermosa que, en la fiesta, lucirá como si la seda fuese una prolongación de la epidermis sobre la estructura ósea. Así es la estructura helicoidal de la Roca Tarpeya. Gigantesca hélice. Una espiral envolviendo un cerro que es su apoyo constante, como cilindro o eje vertical. 



El arquitecto, Jorge Romero Gutiérrez, que tiene en su haber, entre otros el Centro Profesional del Este y el recién inaugurado  Palacio de las Industrias, concibió y proyectó el Helicoide, con la colaboración de unos 40 ingenieros y técnicos en especializaciones diversas, desde la geología a las escaleras mecánicas. Proyectando como Centro Comercial y exposición industrial, al otro lado del Portachuelo, en la conjunción de los más densos sectores urbanos. Concebido en dimensiones heróicas  y el aprovechamiento topográfico de un área de 102.000 metros cuadrados. A vías y áreas verdes destináronse 29.000, al edificio 73.000, en seis ramas que, por el sector Norte, álzase [sic] como un rascacielos de 22 pisos. La rampa en espiral de leve pendiente, promedia el 2,5 por ciento y facilita notablemente la ascensión.

Desde la remota antigüedad, el mercado fue eje de actividades ciudadanas. En el mundo de hoy, planifícanse los centros mercantiles como complejos resultantes de la experiencia en todas las materias correlativas a la integración de vías  y espacios con nuevas concepciones urbanísticas, alejadas de los focos  de concentración carentes de vías adecuadas y grandes áreas de estacionamiento. El Helicoide reúne estas condiciones. Es la primera obra autóctona continental que incorpora racionalmente  el vehículo a la estructura urbana, eliminando el factor accidente de tan elevado índice en las grandes urbes contemporáneas. O sea, proyectado para la era vehicular, la movilización cotidiana de la población sobre ruedas.

Concurrentemente, proyectábase una obra de renovación urbana integrada a un complejo equilibrado y funcional.  Aparte la urbanización de sectores enteros, el Helicoide estaba llamado a desempeñar una función adicional en el desarrollo comercial e industrial del área circundante, especialmente entre la Roca Tarpeya y la Universidad, donde habíase proyectado helipuertos para el transporte urbano en helicópteros, punto de partida para la renovación de todo el sector. Las Charnecas inclusive, eliminándose ranchos y el hacinamiento de millares de ciudadanos abandonados a sus arbitrios para subsistir. 

El movimiento de tierras en la Roca Tarpeya comenzó en 1956 y la obra marchaba viento en popa, trabajándose día y noche,  cuando surgió la crisis de la industria de la construcción  y sobre la épica estructura cernióse la amenaza de la paralización  y la ruina. En 1958, iniciase la crisis de la economía venezolana. Dos años más tarde, el Instituto Venezolano de los Seguros informa que 11.500 empresas  han perecido y la industria de la construcción es la más afectada por una situación creada, literalmente, por el gobierno. La agonía de una industria que en pleno desarrollo aportaba millones mensuales a la economía, súbitamente paralizada cuando el gobierno decidió aniquilarla  por considerársela “hipertrofiada” y, en el colmo de la incesatez  [sic] derrochándose millones en infructuosas erogaciones laborales. 

En represalia por las ilícitas actividades de algunas empresas constructoras, el gobierno tomó medidas drásticas  contra toda la industria, sin depurar responsabilidades ni proteger la legalidad de los demás y sin establecer la delincuencia de los menos. Todos fueron calificados igualmente y el gobierno, a través del Banco Central, ordenó que no se aceptara el redescuento “del papel”, las obligaciones a plazo fijo, de una industria mayor y de primerísima importancia para el fomento y desarrollo de todos los sectores de la economía venezolana. 

Nada de sorprendente tuvo el resultado. Cualquier estudiante de economía lo hubiera previsto. Cuando no existe el redescuento, no existe el crédito. No así los señores que no se cansan de incidir con fines políticos en cuestiones tecnológicas que ni siquiera,  entienden, como la arbitraria planificación  de nuevas obras,  el urbanismo y proyectos regionales.  Carentes de ponderación. El Helicoide era empresa modelo de la iniciativa privada, contando con la confianza de sus inversionistas, y los clientes que adquirieron el 60 por ciento del espacio comercial, cuyo producto integro invirtióse directamente en la obra. Millones de bolívares escrupulosamente contabilizados, como comprobara el Banco Obrero, en 1962, tras completar minucioso análisis del proyecto, sus realizaciones y perspectivas, concediéndole un préstamo de Bs. 16 millones para continuar la obra. 

La suma era insuficiente. Terminar el colosal proyecto requiere una inversión adicional de Bs 35 millones. Quedaba por venderse el 40 por ciento del espacio comercial, invendible en una situación de crisis de la construcción. No obstante, se continuó la obra hasta haberse agotado  los recursos aportados en préstamo. En el lapso,  el Banco Obrero, por su manifiesta indiferencia, dió la impresión de haber abandonado la carpeta del préstamo. ¿Por qué esa negligencia o apatía del Banco Obrero, equivalente a prevaricar inconcebiblemente en el cumplimiento de sus deberes de custodio de los fondos que arriesga en préstamos, como en el caso  del Helicoide? Sea como fuere, el caso es que el Banco Obrero no operó y que, carente de recursos, la empresa no tuvo alterativa y paralizó la construcción en 1963, cuando 600 obreros trabajaban en ella. 

Responsabilidad por el desastre: Primero, la incapacidad, la arbitrariedad y la estulticia gubernamentales, que tan gravemente lesionaran la industria; y segundo, el Banco Obrero que presta Bs. 16 millones para terminar la obra y, lejos de terminarla es la causal directa de su paralización en dos años.

En tanto, Caracas planifica la celebración de su cuarto centenario. Nada en la metrópoli se presta tan admirablemente para la gran exposición de la vida nacional, como el Helicoide que, aportándole los recursos económicos que faltan y una buena dosis de cooperación y entusiasmo, sería hermosa realidad en 1967, a tiempo para la exposición cuatricentenaria, dedicándosele posteriormente a sus objetivos originales. 

La exposición industrial del centenario  del Ministerio de Fomento, en El Paraíso, causó la erección de costosas estructuras provisionales, perdidas precisamente por su índole temporánea: La utilización de obras costosas de empresas efímeras, en tanto que el coloso de la Roca Tarpeya, es una olímpica estructura, con la fortaleza y permanencia del acero y el concreto, que servirá cabalmente para el Cuatricentenario así como a los servicios públicos metropolitanos que se pudieran instalar en los espacios aún disponibles del magno centro. 

El arquitecto Jorge Romero, que hermanó con el soberbio proyecto, las ciencias las artes arquitecturales, siente en el pecho latir la esperanza de un padre ante el hijo agonizante, sabiendo que alguien puede salvarle:

“El gobierno definitivamente puede ayudar en la coordinación que conduzca a la solución del problema de empresa, hasta lograr del conjunto de interesados un saneamiento mediante la capitalización de las acreencias, incluyendo las del propio Gobierno Nacional, y avales o créditos para la terminación de la obra. 

El Helicoide está en crisis y el tiempo no espera por hombre alguno. Si se permitirá que la empresa quiebre y que no se termine la grandiosa obra o, por el contrario, rescatarla por el bien de la metrópoli y de la nación, es algo que se debe decidir a tiempo. El cuarto centenario se avecina. El Distrito Federal, el Gobierno Nacional, la Junta Planificadora del Centenario y el Banco Obrero, tienen en sus manos el destino del Helicoide y este menaje: 

Arco de Triunfo, Torre Eiffel, Libertad con su antorcha, Coloso de Rodas: monumentos admirables pero improductibles. Coliseo, Acrópolis, ruinas gloriosas. Mausoleo, Pirámides, Taj Mahal, tumbas monumentales pero infructíferas. 

Las maravillas de nuestro siglo ubérrimo en realizaciones, son las obras que se ponen al servicio del hombre de la comunidad, en la nación o el mundo: el Canal de Panamá, los de Suez y San Lorenzo; las gigantes presas que enjaezan pavorosos torrentes y los enganchan a la servidumbre de la humanidad.; fabulosos puentes, portentos superiores a os jardines colgantes de Babilonia. Estas sin son maravilla fructíferas- como el Helicoide de la Roca Tarpeya – maravilla de acero y hormigón, poema antológico y funcional plasmado en geometría para servir al hombre en Caracas, la Metropolitana, su marca, su blasón, símbolo de su progreso Cuatricentenario."                       

Fuente: Venezuela Gráfica  1965
Por Guido M Renall

domingo, 8 de noviembre de 2015

El Ejército y la Armada, según el General Isaías Medina Angarita



Escuela Militar, Caracas
Refiriéndose al Ejército y a la Armada, de los que son dignos exponentes estas dos Escuelas, dijo en reciente discurso el señor General Isaías Medina A, Presidente de la República: 
"En estas instituciones Armadas está la fuerza de la República, fuerza siempre lista para actuar, pero sus actuaciones, que son decisivas, estarán siempre del lado de la justicia, del bien y de la Ley"

Escuela Naval, Maiquetía
Presidente Medina Angarita
Billiken 1940

El Mango de La Placita

Rincones de Caraqueños 





“Para los viejos huéspedes de la ahora “Placita de la Concordia”, es familiar, hasta donde la tolerancia lo permita, este frondoso mango de follaje eternamente esmeraldino. Sus frutos en un ayer cercano, rebosaban de bolívares la hucha de generales y coroneles, llegando, según la abundancia de la cosecha, hasta las faltriqueras del encargado del “Rancho” en el “Cuartel del Hoyo”. Cuando el mango derramaba sus frutos en sazón, se apestaba, verga en manos, el “Cabo de recorrida” para evitar que algún soldado audaz violase la propiedad del jefe. Eso sí,  buenas partes de las raciones del individuo de tropa, invertidas en mangos, iban a parar en manos de los superiores. 

Mientras los frutos apuntaban al sol como sangrantes corazones, o áureas pomas, los presos de la Rotunda vecina, se hacían agua la boca, porque hasta ellos, de haber llegado la generosidad del mango,  les habría dado señales  de vivir un mundo mejor. 

Ahora, vueltas las cosas al reinado de la humanidad, el mango de la placita, satisface a los chicos decentes, mucamas, que van allí de paliques con sus camaradas  y de cuando en vez: al guardia nocturno que se solaza con la carne y la semilla del mango mientras  le llega el relevo…
Viejo y noble mango amigo, sembrado cuando el recinto que te sirvió de cuna, hospital de sangre era para sanar la carne herida del hermano, que víctima del caudillo de turno, se fue a la guerra tramada por los liberales  contra sus co-partidarios, o en las refriegas “mocheras” donde tras luego recorrer los llanos y los cerros, caían víctimas de la metralla  o de la fiebre que nunca  perdonó al hombre de la calle.”

Fuente: Billiken 1945 

sábado, 7 de noviembre de 2015

Crónicas de ayer "La caña"

“Caracas, diciembre de 1940.-La ofensiva de las autoridades sanitarias contra los elementos  que se han creído que la caña  es “caldo de gallina”, nos ha traído de la mano para pergeñar esta crónica.

Naturalmente que no es cañera, ni cosa que se le parezca, pero, tan de prisa vamos hacía no sabemos dónde, que es necesario establecer responsabilidades a fin de que cada mochuelo trepe su olivo y a quien le venga la chupa que se la cale. 

Si en los estragos hechos por la caña desde el Descubrimiento, hay un responsable, ese no es otro que Cristóbal Colón. Fué este ilustre Cosmógrafo y audaz navegante quién en su segundo viaje hacia estas tornadizas  y veleidosas tierras en 1.493, tuvo la curiosidad de traerse unas cuantas semillas de caña, de las Islas Canarias. No quiso seguramente don Cristóbal, hacer de cañero en aquella emergencia, pues obedeció indicaciones que en tal sentido le hiciera en Sevilla el señor Zafra, secretario de los Reyes Católicos.
Detalle del mapa de La Española, A. Morales (1509)

La caña fue sembrada primeramente a “La Isabela”, mas, como esta doña, había resultado un tanto esquiva a los deseos del Descubridor, Colón resolvió abandonarla  y le jugó “la caña” a “La Española”, en la cual, según expresa  don Pedro Márquez de Anglerie, “criáronse con tanta fortuna  que en quince días habían crecido un codo”. Seguramente de aquí proviene aquello de alzar el codo, cuando nos entregamos al húmedo deporte. 

Más, no fue negocio pingüe el de los cañamerales; según  rezan los viejos papeles de la Casa de la Contratación las naos de Juan Genovés que atracaron al muelle de Sevilla  el 4 de julio de 1517, llevaron para sus Majestades  una cajita que contenían  los primeros azúcares de “La Española”. El rey probóla y el Real Tesoro pagó seis ducados de oro, por concepto de flete. 

Los Caribes no le daban mayor importancia a la caña; y como los españoles estaban atareados seleccionado pollitas para introducirlas en sociedad, nadie se ocupaba de la agricultura.

La fiebre del oro, por una parte y el oro en botón de las indiecitas, motivaron el hambre que a punto estuvo de acabar con los expedicionarios.  Fue entonces cuando el católico Rey Don Fernando (que en gloria esté), otorgó su famosa cédula de fecha 25 de julio de 1511, que dice a la letra: “Yo tenía por cierto que los navíos que iban a “La Española” tomaban carga en Canarias, de las cosas que eran necesaria para las Indias e agora  el Almirante Don Diego Colón dixe que non dexan ni concienten [sic] a los tales capitanes  cargar cosa alguna é azúcar  é muchas otras  cosas que la dicha Ysla no está poseída…” Vos mando que tengáis maneras de proveer de azúcar  é conservas  a los navíos que fueron a dicha Ysla”. Como puede apreciarse, la caña no preocupó ni  a Diego Colón, diabético contumaz. 
Plantación de caña de azúcar de Chr. Herold.
La Guaira
Carl Geldner  
En tierra firme cuando se plantaron los primeros cañamerales lo único que se industrializó  fué el guarapo, que la gente  de linaje tomaba, bien en las cantinas públicas, como en las recepciones, en la mesa o para embriagarse, cuando les veía en ganas.

Era el guarapo bebida de gente blanca; el indio no tomaba sino  chica de maíz que le producía enormes borracheras hasta por cinco lunas.  Y en cuanto a los morenos, solamente tomaban agua y eso si iban a los manantiales  como pajaritos. 

Al correr de los años,  las guaraperas en Caracas desempeñaron un papel importantísimo. Basta decirles que el Hospital de San Lázaro, en el año de 1700 se le sostenía con  la renta del guarapo y lo que producía La Gallera Oficial. Aquel establecimiento alojaba 150 enfermos y 5 doctores y dos enfermeros, amén del cura y el monacillo de la iglesia contigua, edificio que hoy ocupa la Escuela Técnica Industrial.
Plano de la Ciudad de Caracas, con división de
barrios, Venezuela (1775)


Las guaraperas fueron centros de intrigas en 1789, y como la aristocracia se reunía en ellas para aplacar la sed y murmurar de las demás gentes, raro era el día en el que el rendez vous de la guarapería  de la Plaza Mayor, no terminaba como el célebre rosario de la Soledad. Parece que a los súbitos de S.M. no se les enfriaba el guarapo a la hora de arrear castañas. 

Como la costumbre se hace ley, después de Carabobo, en los comienzos de la Federación, la guarapera establecida en la Esquina de “El Quebrado” jugó un papel importantísimo en los preparativos de lo que dió la zancadilla a Julián Castro. 

Refieren las crónicas que en la Esquina de “El Quebrado”  estaba oculto el General Falcón, cuando planeaban la revuelta  y que los hombres comprometidos en el movimiento,  para despistar a los radioescuchas se iban,  pacíficamente,  a tomar su guarapito, guarapita o guarapazo, después de lo cual, recibían las instrucciones del comité y se encaminaban a los toros coleados que en la  esquina de “La Garita” celebraban los habitantes de San Juan, para alegrar la ciudad. 

Aunque otros han referido el por qué de tan épico nombre, vale la pena traerlo aquí. Refiere “La Crónica” que cuando Don Diego de Lozada  trataba de conquistar los 150.000 indios Caracas y acampado estaba con su ejército en el cuartel establecido en el ángulo sureste de “La Garita”, un ayudante suyo advirtióle que en los cerros vecinos estaba Guaicaipuro con un ejército formidable en plan de batalla para sorprenderlos. 

Don Diego incorporóse y dando las ordenes del caso, destacó pelotones de caballería por distintas direcciones, los cuales atacaron de tan feroz manera, que en pocas horas no quedaba un indio para contar el cuento. Los indígenas le tenían más miedo a un caballo que a un millar de hidalgos a pie y bien municionados. 

Cuando regresaron los vencedores, y se imponían el reposo como bien merecido a su actitud, Don Diego ordenó que se construyera una garita de madera para dejar un centinela, lo cual se hizo.  Esta garita se conservó durante siglos, gracias a la Vigilancia de la Capitanía General; pero en unos toros coleados en la administración del General Monagas, un jinete “enguarapado” la enlazó con una zoga [sic] destruyéndola  bajo el aplauso de los recurrentes que no estaban acordes en que aquella reliquia colonial  construida por los españoles permaneciera respetada del tiempo y de los hombres. ¡Cosas de caña!

Varios historiadores, no admiten que la primera casa de Caracas estuvo en la Esquina de Maturín, porque el fundador Lozada tenía su residencia en La Garita, un día después de haber estrado a este Valle, donde al correr de los siglos , vale decir: 378 años, también la tiene el Capitán General Don Elbano Mibelli.

En el éxito alcanzado por los federales, sobre el maniquí de Julián Castro tiene gran parte el guarapo de “El Quebrado”.

Y allá por los años de 1889, cuando el General Crespo resolvió romper su silencio  y ponerse en armas contra el Gobierno del Dr. Andueza, no podía faltar el guarapo en el menú. 

Y aquí tienen ustedes desempeñando un papel importantísimo en los retozos democráticos organizados para impedir el continuismo de Andueza, seguramente porque sin Ejército bien aguerrido, el respaldo de la opinión pública y otras credenciales por el estilo, no podía el excelente orador realizar otra maniobra que la que hizo para que Crespo entrara  sin sangre y fuego a la capital, aunque con un palo de agua que presagió lo que vendría después. 
           
Plaza de San Jacinto 
Por aquel entonces la guarapera principal de la ciudad estaba establecida frente al reloj de piedra en la Plaza de San Jacinto  y era de José Jesús (padres desconocidos).

El negocio abarcaba no menos de  100 metros totalmente invadidos por ochenta pipas de a 100 botellas cada una, todas llenas de guarapo. Lo servían fresco, fuerte y dulce. Los que no, se conformaban con el denominado “entre fuerte y dulce”. Este no rascaba totalmente sino que asabrosaba al individuo.

En la tal guarapera, se reunían los comisionados para distribuir las instrucciones del Comité Revolucionario Crespero. 

 Nos refería el General Celestino Peraza cuando en el año de 1909 fuimos enviados a recibir unos baños de sombra en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, que pipas de José de Jesús guardaron un parque de mosquetones, bayonetas y cápsulas, el cual fue pasado por el centro de la ciudad en urna que llevaron varios hombres a cuesta; le dieron su cuarto completo en llegada de Las Monjas a El Principal, sector en el cual estaba La Gobernación, el Cuartel de Policía y la Casa Presidencial. 

No obstante lo peligroso de la maniobra, a los hombres no se les enfrió el guarapo, como a los guapos de varios años más tarde.  El azúcar en si, no ofrecía mayor importancia para el negocio en el año de 1801, pues los hombres se preocupaban mayormente de la cría, del cultivo del tabaco, del añil y de preparar el movimiento emancipatorio que preocupaba a los muchachos de esa era, que no eran como los de ahora, gracias sean dadas a la Divina Providencia. 

Que se acaben los cañeros, pero que la caña crezca,  abunde y fructifique, pare regocijo de  cuantas cosas se extraen de ella, gracias a los descubrimientos modernos. 

Y si por haber tratado de la caña históricamente me juzgáis, amigo lector, un historiador caña, te aseguro que abundas en razones.”    

Billiken 1940
Lucas Manzano